Preparó su café, lo pasó con cuidado a un vaso térmico, esos que tanto les gusta usar a los gringos; dejó caer en él 2 sobres de edulcorante, y clavó su mirada en el negro elíxir mientras revolvía. Dejó los sobres en la bolsa de residuos de la cocina y cerró minuciosamente el termito. Miró por la ventana del camarote y se dirigió a la cubierta del barco. Ya llevaba puesta su campera de polar con la bandera americana bordada en su brazo derecho. Perdió su mirada en el horizonte y se dirigió al Tritón, su mini sub como gusta decirse ahora en estos dias; para mi batiscafos.
Allí estaba, Víctor Vescovo, ricachón inversionista, organizando y chequeando todo para romper el espejo de agua para batir ese récord que nos regalaron una puerta a la imaginación y la ciencia Jacques Piccard y Donald Walsh, cuando, a bordo del batiscafo Trieste, llegaron a los 10.911 metros en el abismo de Challenger, Fosa de las Marianas, el lugar más profundo del océano (si es que hay un lugar sin descubrir aún), ese manto celeste que nos cubre.
Victor quería quedar en el bronce, casi 60 años después de que el bueno de Piccard, con otra tecnología, otro instrumental y con la voracidad de la inmediatez, de transmitir todo. Alistaron el minisub y se aseguraron de que nada falle. No leí hasta ahora detalles del tiempo que llevo llegar al fondo, pero seguro en el descenso Víctor tuvo tiempo de pensar y repasar su día una y otra vez, quizás por los monitores que todo lo ven pudo ver algún anfípodo, un crustáceo que se mueve entre los 6000 y 8000 metros, algun pez baboso, algún ctenóforo, pero tiempo para saborear su café y de pensar si había puesto los sobres de edulcorante y la cápsula en la bolsa de reciclables del barco, seguro tuvo. Cuando la misión estaba por llegar a su fin y podía el pensar en quedar en el bronce y batir el récord de Piccard, ocurrió algo inesperado, algo con lo que pensó Víctor unos minutos antes, Una bolsa de nylon se cruzó por el lente de la cámara, y fue la noticia de la semana. ¿Qué hacía una bolsa de nylon camiseta a 11.000 metros?
Sí, esa misma bolsa que en la Ciudad de Buenos Aires prohibieron en los supermercados, pero las siguen entregando en panaderías, verdulería, la misma en la que guarda el zapatero los zapatos que le dejaste para arreglar. Parece que sólo es malo el nylon de supermercado, bolsas que ellos reemplazaron con otras de plástico más grueso, reciclado, impresas con tintas y laminadas pero plástico al fin.
¿Qué nos sorprende de encontrar una bolsa a 11.000 metros y tapar una aventura de miles y miles de dólares? Aquellos que tuvimos posibilidad de sumergirnos en otras aguas en el mundo sabemos del cáncer que son para los océanos los cruceros, que por las noches arrojan toneladas de basura al mar, busquen en internet y verán las prácticas más salvajes en mega cruceros de lujo. Sabemos de los problemas que trae el nylon en las localidades costeras, que no procesan sus residuos o caen por el viento desde el depósito de basura al mar, recién ahora estamos tomando conciencia del uso de los sorbetes plásticos, (pajitas, sin pensar en nada sexual). Los que producen cerveza cambiaron el sistema de 6 anillas que mantenían unidas a las latas por una lámina de nylon, evitando de esa manera que tortugas y peces medianos queden encajados y lentamente morir o lascerarse con el nylon. Bueno sería que esos packs lo hagan en papel mineral o cartón reciclado de rápida absorción. De a poco, con pasos más cortos que firmes, estamos empezando a tomar conciencia de la basura y en especial del Nylon, pero lamentablemente la frase calentamiento global es relativamente nueva, pero el proceso está caminando entre nosotros desde mucho antes que vos, que yo, que tu viejo y abuelo. Ya lleva 180 años cuando comenzó a dar sus primeros pasos la revolución industrial comenzaron a generarse los primeros gases que darían inicio al llamado efecto invernadero.
En los 90’s nos quisieron hacer sentir culpables con el supuesto “agujero en la capa de ozono”, que era producido por nuestros desodorantes corporales, del freón y demás gases industriales nadie habló, pero bueno, son las formas que tiene la industria de exculparse. Ahora la culpa es en parte de las bolsitas, pero de las prácticas de las navieras por tirar todo al mar nadie habla. Ahora la culpa es nuestra que no separamos los desperdicios, ¿¿¿Y si los separamos??? ¿¿Qué pasa?? Te cuento vos podés separar en distintas bolsas pero si después el encargado de tu edificio tira todo en el mismo cesto, ¿De qué sirvió?, si la Ciudad no toma un política seria de reciclado es nada. Intentaremos cambiar día a día nosotros, para dejarle un mejor planeta a nuestros hijos y nietos, pero si los popes de la política y la industria no hacen nada, todo caerá en una bolsa, una bolsa de nylon, como la que cubrió la hazaña de Victor, como la que se está cubriendo el océano, como con la que estás llevando el pan para el desayuno.