Un café que no es cuento.

El cielo amagaba con caerse en cualquier momento, no llegamos a ver la fila de animales enlistandose para subir a un arca, pero seguro era un par de cuadras más adelante de donde estábamos nosotros caminando. El viento le corría carreras a las motos en la salida de los semáforos y la policía no paraba de hacerle multas a las hojas de los árboles que circulaban por Pueyrredón en contramano. Era otra tarde mas de julio, del julio de las eternas vagaciones de infierno. Caminando por Las Heras, al pasar por la vieja facultad de ingeniería volví a preguntar, sabes que es este edificio gótico?? Si papá, el viejo edificio de la facultad de Ingeniería, cada vez que pasamos por aca me lo decis. Uno tiene poca memoria, o trata de acordarse lo importante, y lo importante, entre otras cosas, es tratar de que Genaro conozca la ciudad, su historia, su arquitectura, sus recovecos guiado, a diferencia mía, que lo hice shirando solo, leyendo placas o preguntando. Pocas cosas me gustan más que salir a dar vueltas en la ciudad, pocas cosas me gustan más que salir a caminar y hablar de la vida con Genaro. Escucharlo, divertirnos, reírnos y caminar algunos metros abrazados, hasta que se da cuenta y me mira como diciendo basta!!. Aun siento en mi mano el calor de su manito cuando íbamos de un lado a otro y el solo tenia 4 o 5 años. Siempre disfruté escuchandolo ya sea cuando me contaba un capítulo de Thomas, o cuando repetía algo que había escuchado y sabía que me podía interesar, como las distintas profundidades de los subtes, la pole position de agresividad de los tiburones o el nivel de picor de los ajíes en la escala Scoville, una métrica que el solo conocia y habia visto en un programa de Discovery. Hoy las charlas son distintas, pero igual de enriquecedoras, escuchandolo sobre sus estudios y sus días en el Buenos Aires, y aprendiendo de el sobre los nuevos códigos de convivencia, y todo lo que están viviendo ellos con esta revolución de las hijas, como le gusta decir a mi amiga La Peker. Por su parte, queriendo saber cómo era ser adolescente en época de la dictadura, y como nos divertiamos nosotros en esos locos días, todo siempre matizado con apuntes de ambos sobre comidas, bebidas y demás delicias, y con el desafío de descubrir algún lugar juntos, o que lo lleve a bodegones y lugares con historia a disfrutar del placer de la buena mesa.

Las primeras gotas comenzaron a caer y nos encontrábamos en Las Heras y Callao, cruzamos y aprovechando la furia por la Casa de Papel le conte de la historia de los boqueteros que en 1997 robaron 1 Banco, y que iniciaron su túnel a metros de la comisaría y la policía jamás se enteró. El Agua, el cansancio, el frío y la hora hizo que nos de ganas de tomar un café y picar algo, esperando la cena. Miramos para un lado Starbucks, miramos para el otro un pequeño café nos miramos y allí fuimos a Café con Cuentos. Un modesto café de 12 mesas, pero que late con un calor propio, al segundo se produjo la magia, con la calidez que se dirigio a nosotros Paola dándonos la bienvenida, preguntándonos nuestros nombres y yendo a buscar la carta, nos miramos sorprendidos, al minuto llega con la carta, sin mirarla y confiando en ella, le pedi un cafe, un cafe con leche con para Genaro y que nos sorprenda, queriamos comer algo que sea típico del lugar, ni medialunas, ni tostadas. Dijo ok y se fue, a los segundos llegó Aquiles, quien se presentó como el barista, y que nos va a traer un café que es un blend propio de granos de Brasil y Colombia y lo que nos va a traer son bocados típicos de Venezuela y que en minutos nos traerán el pedido. Lo que nos trajeron para acompañar el café fue increíble, unos bocados típicos, Tequeños, Pastelitos Andinos de Queso y Guayaba y unos de carne molida y arroz, eso sumado a un café superlativo un sabor único, sin acidez, suave pero con carácter, evidentemente realizado con todo el cuidado en no quemar el café con agua a excesiva temperatura. Por momentos nos sentimos sentados cerca del paraíso, en algún barcito de Caracas, Maracaibo o Barquisimeto , con el sonido de fondo de la ciudad, una suave bruma y mixeando todo alguna llanera de Armando Martínez o el Cholo Valderrama. 

Cuando decidimos emprender la vuelta y volver a lo terrenal, me acerque a la barra para despedirnos, agradecerles la atención y prometer volver a Paola y Aquiles pero esta vez solo para probar alguno de los tragos con café que preparan por las tardes. Ya en el estribo de la charla y despidiéndonos aparece Lorena con unos bombones de elaboración propia que no hicieron más que confirmar que estábamos en el paraíso. Así nos fuimos caminando por las Heras rumbo a Palegiales, mirándonos con Gena y diciéndonos sin palabras, en recoleta el café lo tomamos acá y en ningún otro lugar. Así que si están Recoleta, barrio norte, Las Heras y Callao, no duden un segundo y visiten el paraíso, permitan sorprenderse por los sabores y el calor humano de Café con Cuentos.

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