Era un pibe, un botija, la primera vez que escuche la palabra Uruguay en labios de mi vieja, citando las andanzas de mi abuelo en tierras charrúas yendo a dirigir las cocinas del Hotel Argentino, en un lugar imposible de pronunciar y recordar para un pibe de 4 años, Piriápolis. Y allí estuvo siempre Uruguay presente. Con la fantasía gastronómica que llenaba mi cabeza, pero siempre en silencio, creciendo y con ganas de conocerla pero en silencio, ningún sonido acompañaba ese crecimiento. El tiempo pasó y ese enano que escuchaba sobre platos y fantaseaba en su cabeza, creció y una noche a los 15, festejando la primavera democrática del 82 se acercó al Estadio Obras para ver un festival que organizaba la Revista Humor, y allí estaban Falta y Resto, un flaco de rulos de apellido Ross, y hasta creo que Araca la Cana y algún otro destaque de la murga de esas costas. Automáticamente esas imágenes que perduraban en silencio en mi cabeza empezaron a musicalizarse en syncro con esos tambores, y esa forma tan rica de entonar la realidad. Ese mismo año conocí a Aquiles Fabregat en uno de los programas de radio y me presentó a Canario Luna y demás voces de la murga canción, el candombe y milonga uruguaya. Y cada vez más esos ritmos empezaron a llenar mi cabeza y conquistar mi corazón. Así fue como que de a poco el corazón celeste y blanco dio espacio al celeste, y aunque no me guste el fútbol siempre relojeo los resultados de la celeste en los mundiales. Uno se siente hermano. Solo un gran mojón de agua marrón, como nuestros pasado, nos separa. Siempre tuve ganas de estar en Montevideo en Febrero, para mi cumpleaños a vivir la bajada de tambores, y sentir el fuego calentando los parches, templando la madera, preparando las manos para salir a la calle a darle la bienvenida al carnaval.
En mi cabeza siempre suenan frases de canciones, cuando camino por sus calles, adorando los atardeceres en la rambla, en ese lugar donde Gardel separa a Argentina de Gran Bretaña, y allí estaba caminando la noche con la sola compañía de la luna, la mochila con la cámara lista para disparar y una botella de Cabernet Franc Reserva de Bodegas Garzón, me hubiera encantado comprar el Balasto, pero el presupuesto no daba para más. Y alli estaba, deseando sentir el aire del puerto cuando anuncian temporal, sentado en una piedra, copa en mano y contemplando la luna iluminar el río. Era temprano y enfile para el Tundra, en una mítica esquina atesorada en las canciones que uno escuchó en todo ese tiempo, Durazno y Convención, mire para ambos lados varias veces antes de cruzar, quizás soñando con encontrar a ese flaco de rulos de apellido Ross. Esta noche toca The Human Blue, una banda que me había pedido que vaya a sacarles unas fotos. En el aire denso por el olor a Patricia, Porteña, no se si Pilsen, papas fritas, y verdeo. Y arrancó el show, un sonido ecléctico, con nada de lo que uno tenía como adn de música Uruguaya, y fue una grata sorpresa, quizás como ese aire del río que sube a la ciudad en las tardes de primavera, ya había escuchado un par de temas en spotify y me gustaba la onda de la banda, como dice Demian, estilo proto punk, disco punk, suenan potente, compactos, por momentos parece que el frágil bar se puede llegar a desarmar. El trabajo fue más grato de lo que esperaba, el magnetismo de su cantante enceguece a sus seguidores, un mix charrúa de Dave Gahan, Federico Moura, y Jim Morrison. Terminó el show y me quede hablando con ellos un rato, no quería tomar cerveza me reservaba para paladear el Cabernet.
Las luces se habían apagado la música era incidental y con mi amigo Jose, bajista de la banda nos sentamos a ver pasar la vida por el borde de la mesa, y hablar con la compañía del Cabernet Franc de Garzón, debo admitir me encantó, tenía mala espina con otros vinos uruguayos de otros viajes. Con un fuerte color púrpura por momentos rozando reflejos violetas o violáceos, en la copa quizás bailando con la música de fondo se dejan sentir aromas de calahorras, pimientos, especias y un sutil ahumado mezclado con creo que chocolate. Pero cuando lo degustamos en boca impactan los sabores a ciruelas, y un sutil dejo a menta y eucalipto, es un vino que marida muy bien con una charla de amigos viendo a la luna reflejarse en el rio, pero si esos amigos deciden comer algo, que sea cerdo, unas costillas de cerdo asadas o bondiola braseada durante horas con un poco del mismo Cabernet, pimientas de colores y acompañando unas papas o mejor aún unos boniatos. Creo que el cerdo puede ser perfectamente el compañero ideal de este Cabernet Franc de Bodegas Garzón, si optamos por algo más liviano o itálico creo que con unas cintas caseras con manteca trufada lo puede acompañar perfectamente sin perderle paso al cerdo. Y bueno quien dice amigos en estos lados, no importa la vereda que nos ha dejado el rio decimos asado y también se puede lucir perfectamente, escuchando a Jaime Ross o por qué no a Human Blue, por que como dicen en Espiral, Todos estamos con quien debemos de estar, y yo ahora debo estar acá compartiendo este vinazo con mi amigo hablando de la vida, del secundaria del volley y la noche charrúa.